Recorría el automóvil con una aceleración tranquila,
despejada, por el camino desértico de una carretera que es traicionera, el sol
estaba a punto de meterse, se reflejaba un pequeño espejo al fondo, la luz llegaba
como un filtro especial en mi rostro, sintonizaba la canción adecuada, todo era
perfecto, la introspección que te invita el manejar sin compañía, la melodía correcta,
las emociones revueltas, todo era digno de una meditación especial.
Ya cuando la luna aparecía, mi automóvil se descompuso,
simplemente me orillé a un costado del camino, esperando que éste se enfriara,
una cuestión mecánica de temperaturas y aguas, según mi especialidad en automóviles.
Pasaron 10 minutos y yo ahí sin agua para poder echarle al coche, todo era
desolador, en un cansancio y estrés manipulador, percibí por el retrovisor el
caminar de un señor, quien venía cargando un morral de color café. No era común
a esa hora encontrar a alguien caminando por la carretera así que decidí
ponerme alerta. Él se acercó un poco y dijo:
-
- - Se le descompuso el carro
- - Así es, al parecer se calentó y le hace falta
agua.
De pronto él se inclinó hacia el suelo, movió ese morral café
de tela pesada, como si fuera un retazo de alguna cobija vieja, sacó una botella
de refresco grande, me miró al rostro y me dijo:
-
- - Ándele, échele agua, no se le vaya a descomponer
su carrito.
- - Pero esta agua es suya, para beber, como lo voy
a dejar sin agua.
- - No se apure por ahí encontraré una llave más
delante.
Yo no podía aceptar su agua, esa botella que me recordaba a
mi viejo abuelo, quien siempre portaba una botella con agua y un trozo de
mecate en la punta para amarrarla a la bicicleta.
-
- - De donde es usted amigo; le pregunté.
- - Soy del DF, pero vine a visitar a mi hermano a
Silao, sólo que no lo encontré, al parecer ya falleció, le rencantaba el chupe,
y la semana pasada me dijo que lo viniera a ver por qué iba a morir y pos que
me daba pal pasaje, y yo confiado me vine desde el Martes de la semana pasada y
llegue el domingo por la tarde.
-
- Y eso, ¿por qué tanto tiempo?
- - Es que me vine caminando.
Era algo que no lo creía tan fácilmente, observé su
vestimenta a detalle, una playera gris de una marca cementera que hacia juego
con su gorra azul, un pantalón de vestir abigarrado por el sol, y unos zapatos que
imploraban descanso.
-
Pues mire, yo voy para Celaya, si quiere le doy
un aventón para allá y ahí me cuenta en el camino su historia.
-
Ándele amigo, pero entonces póngale agua a su
coche, ora no se quede ahí quieto.
Decidí tomarle la palabra, esperando encontrar una
gasolinera al fondo del camino y ahí reponerle su botella de agua.
Finalmente el coche encendió, el subió al coche y con
pequeños quejidos se acomodaba en el
asiento.
-
- Salí de Silao desde las 4 de la tarde, nomás que
ya no aguantaba y me quede dormido en un mezquite, y como me gusta caminar más
en la noche, pos dije, hay que darle no hay de otra. La vida no es para
acoquinarse.
Yo no podía creer que en realidad él hubiera caminado tanto,
su rostro arrugado por el tiempo, un bigote que cubría unos labios secos y
enmarcaba los pocos dientes que tenía, hacían de un personaje único llegué a
pensar que era un anacoreta de la vida.
Llegamos a la gasolinera, revise el coche, al parecer todo
estaba perfecto, me baje en la tienda y le compré su agua, más un refresco
grande, mas unas galletas grandes y unos Doritos, si lo sé soy un loquillo,
pero en el poco rato que llevábamos caminando escuchaba su borborigmo
intempestivo.
Él se bajó del coche y tomo las bolsas, las acomodó y me dijo:
- - ¿Y uste es ingeniero?
- - No,¿ tengo la cara de ingeniero?
- - Si , los ingenieros son más alivianados que los
lics.
Decidí no comentarle mi profesión para que la plática fuera más
amena sin prejuicios de por medio, comenzamos agarrar camino y el veía las
tierras.
-
Hoy la luna está bien grandota, así me gustan
las noches pa caminar, mi padre siempre me dijo; “hijo cuando salgas, siempre cárgate
una bule de agua y una navajita, aunque no tengas sed, siempre cárgalo”. Y ya
ve, le sirvió a usted.
Tengo que aceptar que cuando mencionó la palabra “navaja”
inmediatamente me dio canguelo, sin
embargo se me olvidó al escuchar otra misma palabra de nombre “bule” y es que
en Nayarit de donde es mi padre y mi abuelo, esa palabra es utilizada para
designar a las botellas o garrafones que son utilizados para el agua o
gasolina.
-
-Y como se llama usted; le pregunté
- - Agapito Vázquez pa´ servirle, ¿y usted?
- - Yo me llamo Marvin, como Martin pero con “v”
- - Merlin,
mucho gusto Don Merlin.
Bueno, por lo menos ahora ya era el mago Merlín. El tomo las
galletas, las abrió y me dijo:
-
- Ora pízquele
Agarré una galleta, y comía mientras él me contaba sus
pesares.
Agapito Vázquez había nacido en el pueblo de nombre “El
espejo”, del estado de Guanajuato, había trabajado desde que tiene conciencia
en el campo, con las vacas, y las chivas, no dormía, no estudió, siempre se la vivió
en el campo, hasta sus 20 años, que sus hermanos le dijeron que se fueran para
la capital, y así fue, vendió todo y decidió ir a buscar un sueño a la capital,
estando allá se enseñó a pegar tabique, a la plomería, la carpintería a
infinidad de oficios, se casó y tuvo 2 hijos, uno de ellos está en Guadalajara
y el otro en Toluca, lleva 50 años viviendo en la capital, le gusta mucho
conocer lugares caminando , es un aventurero como se dijo a el mismo, un día
por una vereda se le apareció una mujer de un cabello largote, largote como lo
describe él; hermosa, y esa noche la luna estaba igual de grandota que la noche
en la que viajábamos juntos.
Don Aga, tenía la ilusión de ver a su hermano por última vez,
ya que tenía 20 años que no lo divisaba, pero no se le cumplió el deseo.
El día que llovió
pescados.
Un día, estaba yo ahí dormido, y con mucha hambre, estaba
cayendo una lluvia de esas bonitas que mojan parejo, pero uste sabe que el
hambre es canija, y me jui caminando pal durazno a ver si había unos por ahí. Cuando de pronto
veo pa abajo del rio como comienzan a caer pescados del cielo, unos pescadotes
grandotes oiga, que me pizco unos cuantos y regreso a la casa, comencé a
limpiarlos y a ponerlos en la leña pa comerlos bien asaditos, fíjese, 3 años
seguidos llovieron pescados, 3 años seguidos no padecí hambre.
dDon Agapito me contaba sus historias mágicas, del ser un
caminante errante por la vida, sin temor al camino, a las veredas, al destino,
a la única intensión de recorrer el mundo con sus pies.
Llegando a Celaya volteo y me dijo:
-
- Mire Inge Merlín, uste se ve que es re buena
gente, no se me desanime, estos tiempos son difíciles pero se tienen más cosas
que en mis tiempos, sabe que es lo único que ocupa, puritito amor a lo que se
haga. Y verá que así la vida se disfruta bien a todo dar.
Di la vuelta para llegar a la central camionera, yo solo
pensaba en las palabras, en las historias, en las ganas y en el amor hacia la
vida misma.
Le dije:
- - Mire vamos a ver si hay una salida a México
- - Pues ahí vera Inge, amos.
Al comprare el boleto, el sacó su credencial del INSEN, me
la dio, la señorita me preguntó en que asiento lo ponía, el respondió, ahí en
medio, en el 18, es mi número de la suerte.
Lo acompañé a la sala de espera, me tendió su mano , con gratitud y con un gran suspiro
me dijo; cuando se le ofrezca amigo, lo esperaré por cualquier camino que
recorra. Se dio la vuelta y se fue.
Yo simplemente, me quede ahí, ya por la noche mientras dormía
me di cuenta de que la vida por extraña que esta sea, siempre te hará vivir
momentos de magia pura y encuentros inexplicables con quienes aún no olvidas.