martes, 10 de diciembre de 2013

El poeta que veía Porno.


Una mañana mientras me despertaba en la enredadera de mi pequeña cama, acompañado de colgantes cobertores parecientes de almidón, endurecidos por el insomnio ordinario, decidí escribir sobre aquel viejo que vivía en el departamento número 18, casi enfrente del mío, todo era debido a la inquietante personalidad de aquel veterano zaino.

Don rusco, así le puse yo, puesto que nunca he sabido su nombre me parecía un tipo rudo y tosco,  en dicha simbiosis de palabras decidí llamarle Don Rusco, un señor de unos 60 años, muy alto, de manos largas y tez clara, extremadamente blanca, un cabello canoso y largo, con una singular barba , sus ojos claros que habitaban sobre unos parpados caídos y una nariz larga y afilada, el viejo se conservaba, todas las mañanas salía a regar sus plantas a la terraza de su departamento, parecían unos bellos tulipanes los que cuidaba, gardenias, o marihuana, no soy muy experto en floristería .

Don Rusco terminaba de regar sus plantas, se quitaba esa vieja bata negra, prendía una pipa, jalaba y jalaba, recogía sus pies entre sí, uno arriba de otro, los reposaba en un banco de color blanco, esquinado en la terraza, mirando a la gente pasar, mientras vituperaba, degustaba de alguna taza de café o té , sacaba un cuadernillo de hojas secas, y una tinta, es ahí cuando comenzaba a escribir, sonreía, deleitaba, miraba al cielo, hacia abajo, afilaba, se estiraba, y yo ahí, en la orilla de mi ventana, mirando por la cortina azul, espiándolo, con la duda amorfa entre mí, con ganas de estar con el sentado, escuchando sus aventuras de la vida, con ganas de ser parte de ese vestiglo.

Don Rusco nunca saludaba, ni hablaba, no conocía su voz, siempre imaginaba que era rasposa, al borde del exterminio por tanto fumar, ese viejo era de madera fuerte, de algún roble inexistente,  inspiraba fuego, quemaba hierba.

Una tarde mientras estaba en casa intentando concentrarme sobre la elocuencia de la vida que llevo, escuché un grito muy fuerte, Salí inmediatamente a ver qué había pasado, en aquel pasillo de color camello, tan largo e infinito no miré a nadie, sin embargo en el departamento numero 18 estaba la puerta abierta, muy raro que pasara eso. Caminé hacia aquel lugar, despacio, sin prisa, miraba por aquella distancia de la puerta la composición del depa de Don Rusco, gritaba:
 – ¡Hola!-
No había respuesta, empujé la puerta, por fin estaba ahí en el departamento, en una mesa, algunos discos extraños de blues, por la sala plantas y plantas, un mueble lleno de libros infrecuentes, fotografías lúbricas, allá al rincón de la terraza, aquel cuadernillo viejo de cuero. Volví a gritar:
 – ¡Hola-!

No apareció nadie, decidí salir a la terraza para por fin saber que era lo que tanto cuidaba por las mañanas, me senté en ese viejo sillón de mar, alargue mis piernas sobre aquel banco blanco, y abrí el cuaderno, comencé a leer lo siguiente:

“ Ella al caminar que suda incesante sus piernas, y brota la miel perfecta, deseosa de mí, doblegarla aquí en el recinto de mi vejez, explorarla , morir en sus pies, ella que suda dolor y angustia, que no conspira conmigo, ella que duerme a oscuras, con la imagen de alguien entre su alma, qué le abre las piernas sin miedo, que la besa, la chupa, la desangra, ella que no concuerda la lógica del amor, que en mis dedos encontrará eso, su sabor de ella”.

“ Hoy me senté en la misma silla de siempre paladino cotidiano, encendí el ordenador, y miraba caras, rostros, pieles inexistentes, me acerque al monitor para oler el odio del amor , tuve gemidos por doquier, una erección mágica, un paralogismo femenino.”
“¿ Por qué las mujeres abusan de su ignorancia?... la mujer es inteligente, es perfecta, es un imperio de seducción que podría tener al hombre a sus pies, lo único que les hace falta es exigir menos dinero y más orgasmos”

“Nada es más perfecto que una piel sin ser tocada más que con la mirada mía que cobija el seno izquierdo de aquella dama que aún no sabe lo que es venirse en mí.”

“Esa noche le pague a otra mujer, la recosté en aquella habitación maligna, mis dedos sucios de uñas largas rasgaban su mirada inocente pueblerina, mastuerzo le bese la barbilla ,el cuello, su ser, una lagrima increíble dibujaba mi sonrisa, la toque  así con mis manos llenas de defectos, con el pensamiento revuelto, con una erección de 3 días, ella me sonrió, es ahí el acto perfecto, la inexactitud del amor.. ¿Dónde estás vida mía?, que en una noche me dejó en la misma habitación maligna.”

Y así continuaba leyendo, versos, historias, poemas todos aquellos llenos de sexo, de lujuria, de aventura y depresión, de interés, de amor.

Don Rosco apareció ahí, me miró al rostro, caminó lentamente y al oído me dijo:

-¿ Dónde estabas vida mía?....


Continuará.